Una cosa es que Estados Unidos nombre como grupos terroristas al crimen organizado en México, y otra muy distinta es que los vecinos del Norte se decidan a atacar a dichos grupos por medio de drones o misiles.
Lo trascendido ayer en medios estadounidenses sobre un posible ataque aéreo contra objetivos criminales en México puede ser cierto, pero parece improbable. Porque, insisto, una cosa es una cosa, y otra es otra.
Estoy convencido de que el gobierno de Estados Unidos tiene desde hace años, decenas de años, planes actualizados sobre posibles ataques a México, o incursiones armadas en nuestro país. Para eso sirven los ejércitos y, sobre todo, los organismos de inteligencia de cualquier gobierno, y de que basta hacer un ajuste a dichos planes para actualizarlos y ponerlos en operación.
Pero no todo es poderío militar.
Un ataque estadounidense en territorio mexicano sería una catástrofe diplomática, y un problema grave al interior del país de las barras y las estrellas.
Y digo una catástrofe diplomática porque de inmediato se tendrían que suspender las relaciones gubernamentales entre ambos países, y el intercambio comercial fronterizo se convertiría en un embudo realmente enorme y lento por las revisiones a contenedores y demás.
Igual de preocupante sería la reacción de los latinos en Estados Unidos. Si el mero anuncio de las deportaciones trumpistas puso en pie de guerra a barrios hispanos por varios días, mucho más lo sería cualquier ataque militar a nuestro país. Eso sin contar que un boicot de latinos en California, Texas o Illinois, sería un golpe difícil para la economía vecina.
Pero…
No sería lo mismo un ataque con drones o algún otro tipo de infraestructura militar realizado por las fuerzas armadas mexicanas. Sería un ataque hecho por autoridades mexicanas, aunque asumo que con inteligencia, e inclusive armas, extranjeras.
Así, las cosas serían distintas. Y las reacciones y consecuencias también.
Porque no es lo mismo una cosa que otra.