El proceso electoral para elegir al nuevo Poder Judicial no fue una elección democrática. Fue una farsa. Un montaje disfrazado de voto popular que terminó por exhibir a Morena como lo que realmente es: un régimen autoritario que se creyó invencible, pero que acabó haciendo el ridículo ante una ciudadanía que simplemente le dio la espalda.
Señalar que la elección judicial fue un rotundo fracaso es una afirmación con sustento, es una conclusión inevitable a partir de los datos. Más de 87 millones de mexicanas y mexicanos decidieron no salir a votar. Ni siquiera se alcanzó la expectativa más conservadora de Morena, que proyectaba una participación mínima de 20 millones de personas.
Recordemos que Alfonso Ramírez Cuéllar, vicecoordinador de Morena en la Cámara de Diputados, aseguró que con esa cifra se daría legitimidad al proceso y al nuevo Poder Judicial. Pero no llegaron. La realidad fue otra, quedaron muy lejos y muchos de los que acudieron a las urnas lo hicieron solo para anular su voto y manifestar su repudio.
El mensaje fue claro: ni siquiera su base más fiel los respaldó. La narrativa de Morena como una maquinaria electoral invencible se desmoronó. Esta vez, el pueblo sabio no acudió al llamado. No quiso ser cómplice. No prestó su voto para legitimar una reforma nacida del capricho y el ánimo de revancha del expresidente Andrés Manuel López Obrador, impuesta a toda prisa, sin diálogo ni consenso, y con un diseño claramente orientado al control político del Poder Judicial.
Se disfrazó de democracia directa lo que en realidad fue un proceso cerrado, manipulado y orquestado por operadores políticos, acarreos, y el uso de acordeones con instrucciones para votar por los candidatos del régimen. Una simulación en toda regla.
Pero lo más grave no es solo el intento de engaño. Lo más grave es que este espectáculo vacío nos costó a todas y todos más de 7 mil millones de pesos del erario. Con esta cantidad, Movimiento Ciudadano habría “combatido la inseguridad” con 3 mil 110 camionetas Tesla Cybertruck, o si nos ponemos serios, con esta cifra se podrían haber atendido prioridades reales como abastecer de medicamentos al sistema de salud, rehabilitar el 70% de las carreteras federales de Jalisco —que están destrozadas—, o incluso construir hospitales.
En resumen: no ganó Morena, pero tampoco ganó la democracia. No obtuvimos un mejor Poder Judicial, ni una mayor participación ciudadana. Lo único que obtuvimos fue una elección sin legitimidad, sin reglas claras, sin transparencia y sin ciudadanía.
Y sin embargo, hay algo que sí vale la pena rescatar de este desastre: un claro despertar ciudadano. La abstención masiva no fue sinónimo de apatía. Fue una forma de resistencia. Un mensaje firme: “No me presto a esta farsa”. La gente no fue porque entendió que no se trataba de una elección legítima, sino de una imposición burda.