La orfandad emocional, un fenómeno poco visibilizado pero dañino, ocurre en México cuando, a pesar de la presencia física de madres, padres o personas cuidadoras, las niñas y los niños carecen del afecto, protección y atención emocional necesarios para su desarrollo integral.
Esta situación representa una violación al derecho a la vida familiar en su dimensión afectiva, consagrado en el artículo 4 de la Constitución Mexicana y en tratados internacionales como la Convención sobre los Derechos del Niño. Este derecho no se limita a la convivencia física, sino que implica un entorno afectivo, seguro y estable.
Factores como el estrés económico, la violencia intrafamiliar, adicciones, migración, falta de habilidades parentales y la normalización de prácticas de crianza autoritarias o desatentas, propician la orfandad emocional. La pandemia de COVID-19 exacerbó estas condiciones.
Las cifras revelan una realidad preocupante en México:
• Más de 5 millones de niñas y niños están en riesgo de perder el cuidado familiar, lo que los expone a la institucionalización o al abandono emocional.
• El 63% de la niñez de 1 a 14 años ha experimentado disciplina violenta o castigo físico o psicológico en casa, lo que puede derivar en orfandad emocional a pesar de la presencia de los padres.
• Más de un millón de niñas y niños han perdido el cuidado parental no solo por fallecimiento, sino también por violencia intrafamiliar, pobreza, migración o adicciones.
• 131 mil menores de edad viven en orfandad por la pérdida de sus madres, padres o personas cuidadoras principales.
• Más de 29 mil niñas y niños viven en orfanatos o albergues, reflejando la falta de entornos familiares estables.
Las consecuencias de la orfandad emocional en las y los niños incluyen mayor propensión a trastornos de ansiedad, depresión, conductas de riesgo, deserción escolar y dificultades para establecer relaciones sanas.
A pesar de la existencia de programas como el SIPINNA, las políticas públicas actuales no siempre abordan la dimensión emocional del derecho a la vida familiar, enfocándose más en la institucionalización o protección física que en el fortalecimiento de los vínculos afectivos. Se propone la implementación de enfoques integrales que incluyan políticas de crianza positiva, educación emocional y acompañamiento psicológico desde la primera infancia para cerrar la brecha entre la norma y la realidad y garantizar el derecho a la vida familiar en su totalidad.
En conclusión, la orfandad emocional es una forma silenciosa de desprotección que desafía la efectividad del derecho a la vida familiar. Para cerrar esta brecha entre norma y realidad, es urgente fortalecer políticas públicas que promuevan la parentalidad afectiva, la salud mental, la escucha activa y el acompañamiento comunitario.
De esta manera se podrá garantizar el derecho a la vida familiar y cubrir la deuda con la infancia mexicana. Para lograrlo es necesario que la autoridad, la familia y la sociedad reconozcan el papel central del amor y la seguridad emocional en el desarrollo infantil.