Como expliqué en la columna de la semana pasada, las ciencias que tienen como objeto de estudio el concepto abstracto “familia” son de tipo social, cultural y psicológico, no son disciplinas médicas (1). Lo que la medicina familiar/general necesita comprender respecto a la abstracción familia, no son las teorías sobre el matrimonio, la evolución histórica de los grupos familiares o la multitud de teorías sobre la dinámica relacional en las familias, sino los aspectos directamente relacionados con la salud y la enfermedad de sus pacientes en su actual contexto familiar.
Hoy abordaré algunos puntos donde ciencia, filosofía y sentido común coinciden con respecto al lugar de las familias en las sociedades concretas y en momentos específicos en el tiempo histórico.
La familia es el primer espacio de la socialización humana
Cuando un ser humano nace, se encuentra con una realidad externa que se originó miles de años antes de su nacimiento. Indudablemente la sociedad es previa al individuo, y se le presenta al nuevo ser como su grupo familiar (2) en un momento histórico concreto. Nacemos tan incapaces para sobrevivir que sin humanos que nos alimenten, cuiden y eduquen (nos enseñen como vivir en esa sociedad) por lo menos hasta la adolescencia, no podremos hacer florecer nuestras capacidades y podríamos morir pronto. Por eso, sin importar cómo definamos “familia”, ese grupo de íntimos es nuestra única opción de vida, en especial en las sociedades que carecen de estructuras para la protección social como ha sido México desde la invasión española. En estas condiciones, la orfandad es en sí misma un riesgo mayor para la salud física y mental (en lo sucesivo daré por entendido que salud mental y física son una unidad). En la misma línea de ideas, es una adversidad ser hijo no deseado, producto de un embarazo involuntario, provenir de la violación de nuestra madre, o nacer de padres que no han alcanzado su madurez biológica, psicológica y social, como en el caso de los adolescentes, o personas con discapacidad mental.
La ruptura cultural y social del México de los siglos XVI a XIX
Al respecto, en el México de la época colonial hubo rupturas profundas de las formas indígenas de familia; gen esclavitud, trabajo forzado, generaciones nacidas del abuso sexual, y la muy común ausencia del padre que dejó sola a la madre en la crianza en medio del desamparo, la discriminación y la crueldad (3). Según Santiago Ramírez, la mayor parte de los primeros mestizos mexicanos nacieron bajo el estigma del desamparo y del abandono paterno (4.p54). Cabe aquí señalar que durante la Colonia Española los mexicanos éramos clasificados según nuestro origen etno-racial. En la cúspide social estaban los blancos nacidos en España, luego los blancos nacidos en la Nueva España, en el fondo estaban las “castas”, donde indio, negro cambujo, lobo, salta atrás, tente en el aire, mulato, cambujo… y muchas más, fueron las categorías de las que la gran mayoría de la población no podía moverse porque “así había nacido” (5) y estaban obligados a pagar tributo según su casta. Recordemos que el Cura Hidalgo abolió la esclavitud y los tributos que pesaban sobre las castas el 06 de diciembre de 1810 en Guadalajara (6) (7).
La educación formal de las castas era inexistente. La educación popular en el nivel básico para las familias de obreros y campesinos empezó a darse en la década de 1930, durante el gobierno de Lázaro Cárdenas del Río. En enero de 1960 se empezó a dotar de libros gratuitos en la primaria. Cuatro siglos después de la destrucción de la Cultura Mesoamericana se empezó a enseñar a leer y escribir al Pueblo de México en un ambiente científico y laico. Hubieron de suceder antes las guerras de Independencia (1810-1821), de Reforma (1858-1861), la Revolución (1910-1917), las guerras civiles religiosas de 1926 y 1936. Saber leer y escribir es el primer paso para comprender los niveles de la realidad que hemos platicado y que permiten desarrollar las capacidades humanas.
¿Cómo educar a las nuevas generaciones sin conocimiento amplio que permita seleccionar sensatamente nuestras mejores tradiciones que generen paz y sentido colectivo y proyección hacia un futuro común compartido?
Los principios de Bertrand Russell para educar hijos responsables y potencialmente felices
He descrito someramente un marco evolutivo de la sociedad mexicana para ayudar a comprender de dónde venimos como nación. La incertidumbre acerca de cómo educar a los hijos en las familias es universal; Bertrand Russell decía en 1930: “De todas las instituciones que hemos heredado… ninguna está tan desorganizada como la familia” (8). Russell planteó que los padres ya no se sentían seguros de sus derechos para educar a sus hijos, y que estos ya no tenían respeto por su padres. Para él, había dos coordinadas orientadoras para educar a los hijos: En primer lugar está el cariño incondicional que los padres deberíamos tener a nuestros hijos. El hijo(a) está aquí porque nosotros le trajimos al mundo. Pero, no se puede amar a nuestros hijos si no amamos también a los hijos de la humanidad. A partir de este principio, es claro que un adolescente o adulto que ejerza su sexualidad sin una clara responsabilidad de que puede generar un embarazo involuntario, estará causando a su hijo, la colectividad, y a sí mismo, un severo daño moral. Russell escribió antes del surgimiento de los anticonceptivos modernos de 1960-1970; hoy es posible para los humanos educados cognitiva y emocionalmente tener mejores vidas y procrear como humanos reales del siglo XXI gracias a un impresionante avance científico y tecnológico que cambió para siempre el papel sumiso de la mujer determinado biológicamente.
La realidad es distante de este ideal, ya que al menos el 42% por ciento de los embarazos ocurre de manera “no intencional” (9). Y quedan por ver los diversos motivos por los que se tienen los hijos, y si ambos padres los querían tener. La familia sin duda es una unidad compleja, muy cambiante, con una variedad enorme de posibilidades según sus contextos.
Junto al cariño parental incondicional debe estar presente el respeto
Russell describe que junto al cariño incondicional de ambos padres, que equivale a un nutrimento especial que dura toda la vida y que puede ser heredado generacionalmente, está el respeto por el nuevo ser. Este respeto proviene del fondo del alma de los padres; se trata de la aceptación plena del hijo. Esto lleva a que jamás se le desprecia por cualquiera de sus características, sea su sexo, género, tamaño, sus necesidades, o cualquier otra cosa. El respeto permite que veamos cómo le ayudamos a desarrollar sus potencialidades, y nos alerta para no controlarle por medio de falsedades, miedos, haciéndole dependiente de nosotros etcétera. El respeto implica darle la seguridad de que cuenta con nosotros; especialmente en los momentos de fracaso, vergüenza y dolor.
Usted, estimado lector, se preguntará si soy padre. Sí, sólo tuve una hija que ya es una adulta. He vivido la responsabilidad, la ansiedad, el temor, y la enorme felicidad de verla crecer. He sufrido junto con ella las inevitables crisis de la vida. También le perdí perdón alguna vez cuando niña por algún malhumorado e injusto regaño. Estoy seguro de que si hubiera tenido dos o más hijos, mis errores como padre se habrían multiplicado.
Conclusiones
Los grupos familiares no son el objeto de estudio de la medicina familiar/general. Sin embargo, necesitamos comprender que cada nación ha tenido una evolución histórica particular que ha dado forma a sociedades que determinan el curso histórico cultural de las familias. Si asumimos que la función central de los grupos familiares es criar hijos responsables y autónomos, las orientaciones para ese fin que planteó el filósofo Bertrand Russell son: cariño parental incondicional y el respeto pleno a las potencialidades de los hijos. Estos son referentes estables.
Este ideal, sin embargo, está lejos de la realidad. Casi la mitad de los hijos se tienen de manera no-intencional. Lo importante para el médico familiar/general es que el marco de cariño incondicional y respeto hacia los hijos nos permite dialogar con los padres en los momentos oportunos.
Termino con un ejemplo real: Una mujer de 46 años, viuda desde 13 años atrás, y madre de un adolescente de 15 años adicto a drogas ilegales, un día me “confesó” porqué le negaba cariño a su hijo (habíamos tenido dos años antes diversas conversaciones, en una ocasión yo le había comentado que su hijo sufría porque ella no lo quería), y en esa ocasión me dijo: “No puedo querer a mi hijo doctor; lo tuve porque mi marido insistió demasiado en tenerlo a pesar de que ya le fallaban los riñones. Sabía que se iba a morir y dejarme a un hijo chico…”. Le dije a mi paciente que lamentaba escuchar eso, y que me parecía que el resentimiento hacia su marido fallecido estaba siendo desviado hacia su hijo. Ambos sufrían. Agregué que yo estaba seguro de que el cariño de ella le ayudaría mucho a su hijo a dejar las drogas. “La verdad, doctor, lo he intentado. No puedo quererlo”.
Como médico y persona tan solo pude sentir, comprender el sufrimiento de madre e hijo, aprender del caso y enseñarlo a otros médicos, y tener fe compasiva y ecuánime de que algo puede cambiar. Estoy convencido de que comunicar la realidad que vemos los médicos familiares/generales en México contribuye a tener elementos para ser una mejor nación si es que existe un proyecto nacional.
Referencias bibliográficas